En una nota anterior sobre evolución mencionamos la probable hipótesis del
pasaje del reino mineral al reino biológico o vivo. En ésta continuaremos viendo
el proceso evolutivo de la materia viva hasta llegar al hombre.
La evolución es un proceso continuo y se produce acorde con el medio, de modo
que la materia viviente se transforma y adapta para poder subsistir. Esta
dinámica es continua y a través de ella se producen los cambios necesarios
(mutaciones) para la continuidad de la vida.
El estudio de la evolución proporciona una gran información e indica que todas
las especies descienden de otras, es decir, que todos los organismos vivos
poseen antecesores comunes.
Es muy probable que al comienzo de la evolución la Tierra estuviera poblada
exclusivamente por organismos procariontas (células sin núcleo) semejantes a
bacterias.
Las bacterias no poseen núcleo individualizado y el material hereditario, ADN,
esta libre en el citoplasma (contenido celular). Este les permite fabricar las
sustancias necesarias para vivir (proteínas) y reproducirse.
Los organismos unicelulares son los que más se han adaptado a través del tiempo
a los distintos medios, por lo que resultan ser los más abundantes sobre la
Tierra y en consecuencia nuestros antecesores. Las células con núcleo, como las
nuestras, aparecieron recién hace 1500 millones de años.
Los tiempos evolutivos son distintos. La vida actual, tal como la conocemos,
tardó millones de años para lograr establecerse en nuestro planeta y es producto
de un maravilloso mecanismo de equilibrio dinámico y de adaptación al medio, en
el que el hombre no fue el ejecutor, sino sólo uno de los productos de esta
evolución Universal.
Cuando comenzó la vida, las células se alimentaban de sustancias que tomaban del
medio que las rodeaba. Cuando estas sustancias comenzaron a escasear, el
mecanismo de supervivencia que ideo la naturaleza fue un proceso químico que se
dio en cada célula, de modo que les permitía fabricar por sí mismas alimentos.
Esas fueron las primeras cadenas metabólicas. Para que éstas se produjeran
aparecieron determinadas moléculas especiales llamadas enzimas, que favorecían
esas reacciones específicamente, de modo que la vida pudo continuar.
A medida que el tiempo fue pasando, se agregaron más reacciones y por lo tanto
más enzimas especializadas para cada una de ellas. La hipótesis de que estas
reacciones son de antigua data esta fundamentada en que todos los organismos,
desde los más simples a los más complejos, poseen el mismo tipo de reacciones
para obtener las mismas sustancias.
¿Cómo pasamos del organismo unicelular (una célula) al pluricelular (muchas
células)?
Se cree que la etapa intermedia entre estos dos tipos de organismos fueron las
colonias, agrupación de células que se asocian para lograr la continuidad de la
vida y a veces son tan dependientes unas de otras que no pueden vivir aisladas.
Estas colonias han sido los antecesores evolutivos de los tejidos, células
especializadas de los organismos más complejos que cumplen funciones
determinadas para vivir.
Los organismos pluricelulares, entre ellos el hombre, nacen de una única célula
fecundada (huevo o cigota) que se va diferenciando y tomando distintas
estructuras a través de su crecimiento. Estos diferentes tejidos van adoptando
funciones químicas específicas, para terminar formando un organismo viviente que
será expresión final de una larga historia evolutiva. Animales que en estado
adulto son muy distintos, en estado embrionario resultan ser muy semejantes,
pues poseen una historia común.
Con el avance de la biología molecular surgió en los últimos años la
antropología molecular, que utiliza herramientas de la biología para el estudio
de la evolución del hombre.
A principio de los años 60, Morris Goodman, de la Universidad de Detroit,
comparo proteínas del suero de los monos y del hombre y propuso un modelo de
parentesco diferente al que estaba vigente hasta ese momento: el humano, junto
al chimpancé y al gorila, pertenecen al mismo grupo, mientras que el orangután
estaría a una distancia evolutiva mucho mayor. Además, aportó una novedosa
conclusión, el chimpancé estaría evolutivamente más cerca del hombre que del
gorila.
En 1987, Alan Wilson publicó un artículo que habla del origen del hombre según
el análisis del ADN. En el mismo concluyó que el ADN de los africanos resultó
ser más antiguo que el de los asiáticos y el de los europeos, por lo tanto el
origen del hombre se supone que se encuentra en África. Esta hipótesis no está
totalmente aceptada por toda la comunidad científica y aún sigue generando
polémica.
Con el correr del tiempo se quiso dividir al hombre en distintos grupos y razas,
pero con el estudio de la genética se llegó a la conclusión de que las razas no
existen en la especie humana.
La especie humana se caracterizó por realizar múltiples migraciones, de modo que
a través de la historia se dieron incesantes intercambios de individuos de
diferentes poblaciones. Esto dio lugar a individuos que aparentemente son
diferentes, pero genéticamente son semejantes.
No todo es como se muestra a nuestra vista; finalmente lo diferente resulta ser
esencialmente semejante.
Autor: María Cristina Chaler AGENCIA DE NOTICIAS CIENTÍFICAS Y TECNOLÓGICAS
(CyTA-INSTITUTO LELOIR) |